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Posse From Hell

 Sobrevivir a una violación en el western clásico

 

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Una confesión para empezar: llevo un par de años acudiendo a Trece, el canal televisivo de la Cope, para ver westerns antiguos, la mayoría de serie B. Además de disfrutar como cuando era niño, he descubierto varias joyas ocultas y a más de un supuesto “artesano” con un nivel de autoría que convendría revisar. Pues bien, hace unos meses topé con un western modesto, inédito en nuestro país, titulado Posse From Hell [1] (1961). El director, Herbert Coleman, solo dirigió dos películas para el cine; la otra, del mismo año, es una cinta bélica titulada Battle at Bloody Beach. Pero en la década de los 50 Coleman fue productor habitual de un tal Alfred Hitchcock e incluso asistente de dirección suyo en La ventana indiscreta (1954) y Atrapa a un ladrón (1955). Posse From Hell me pareció estupenda, pero si escribo sobre ella ahora es porque, además, ofrece una subtrama con un personaje femenino secundario que revoluciona, en muchos aspectos, lo visto hasta entonces en personajes y contextos argumentales afines.

 

La película arranca con la llegada de cuatro forajidos a la tranquila localidad de Paradise (obviamente, el título no es casual). Tras asaltar el banco, mantienen encerrados a varios habitantes en una taberna, causando la muerte de un par de ellos. El propio sheriff queda gravemente herido. La banda consigue escapar llevándose como rehén a la joven Helen Caldwell (Zohra Lampert). Podo después llega a la ciudad el enigmático Banner Cole (Audie Murphy) a quien el sheriff, viejo amigo suyo, le había ofrecido ser su ayudante, para alejarlo de la vida de pistolero. Contra su impulso de buscar venganza en solitario, Cole accede a los deseos de su moribundo amigo y organiza una batida de siete hombres. La mayoría resulta una molestia: un ex oficial de caballería con aires de grandeza, el tío borrachuzo de Helen, el desequilibrado hermano de uno los asesinados por los forajidos… A lo largo del film, Cole solo encontrará un verdadero apoyo en Johnny Caddo (Rodolfo Acosta), un nativo americano que la gente de Paradise parece aceptar solo por sus habilidades como herrero, y Seymour Kern (John Saxon), empleado del banco robado, a quien su jefe ha obligado a formar parte del grupo.

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Al poco tiempo de iniciada la persecución, la batida encuentra a Helen tirada en el suelo, con el vestido hecho jirones. Enseguida adivinamos que ha sido violada. El torpe intento del ex oficial por consolarla solo consigue incrementar la aflicción de la joven que, desesperada, inentará suicidarse. Cole lo evita, tras lo cual Helen, entre llantos, recuerda en voz alta “el olor de esos hombres a sangre, sudor y whisky”. Sabemos, pues, que ha sido una agresión grupal. El viejo militar afirma que “hay que actuar con naturalidad y fingir que es la misma de siempre”. Su condescendencia y paternalismo son evidentes. Cole, en cambio, le admite a la joven que él no puede llegar a entender lo que ella ha sufrido, pero le asegura que tiene suerte de estar viva [2].

 

Ciertamente, la violación de una mujer es recurrente en el western, especialmente a partir de la década de los 50: Centauros del desierto (John Ford, 1956), El hombre del oeste (Anthony Mann, 1958), Comanche Station (Bud Boetticher, 1960) y tantísimas otras. Sin embargo, en la escena descrita ya se advierten varios elementos que señalan la particularidad de Posse From Hell con respecto a un alto porcentaje de estos westerns. Para empezar, Helen es una superviviente, lo que nos da la posibilidad de escucharla. En la mayoría de los westerns que abordan esta temática, la mujer muere asesinada: Nido de ladrones (Sidney Salkow, 1955), The Bravados (Henry King, 1958), El último tren de Gun Hill (John Sturges, 1959), etc. Y si no, es ella quien se suicida, como en Por un puñado de dólares (Sergio Leone, 1965), donde el plano ennoblece el acto sacrificial, subrayando de esta manera la imposibilidad de la mujer de seguir adelante, su pérdida de identidad e incluso su sentimiento de culpa.

 

La muerte de estos personajes femeninos es el desencadenante de la acción, el propulsor narrativo de una historia de venganza masculina. De hecho, la agresión sexual a una mujer funciona a veces como metáfora de la lucha por poseer la tierra, tema central del western [3]. En Posse From Hell, la violación no es propulsora del relato. Es una subtrama importante pero no central. El héroe no es el marido de Helen ni el propósito del grupo es vengar a la joven ultrajada. La metáfora de la conquista de la tierra tampoco tiene cabida aquí. Herbert Coleman y Clair Huffaker -autor el mismo año del guion de Los comancheros (Michael Curtiz)- muestran un interés evidente en contrastar las reacciones de los personajes masculinos ante el encuentro con la mujer, así como de dotar a esta de una entidad propia y realista, como veremos más adelante.

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Antes he mencionado The Bravados como ejemplo de western de venganza y, en efecto, todo gira en torno a la ira vengadora del granjero Jim Douglas (Gregory Peck) en busca de los cuatro hombres que, supuestamente, violaron y mataron a su mujer. Sin embargo, el fantástico film de Henry King incluye una segunda violación a una mujer (Emma) que, en este caso, no es asesinada. Eso sí, tras sufrir la agresión, Emma desaparece del relato. Primero lo hace visualmente: cuando la encuentran en una cabaña, la cámara “no se atreve” a entrar. Emma permanece, en todo momento, fuera de campo. Tampoco escuchamos su relato, solo alcanzamos a oírla sollozar. A quien sí veremos salir corriendo de la cabaña es a Josefa (Joan Collins), antigua novia de Jim, llena de rabia y con ánimo de venganza. Tras esta escena, Emma desaparece también como personaje. Solo volveremos a saber de ella en la escena final, cuando, mezclada con el resto de habitantes del pueblo, aplaude al héroe vengador. La única reminiscencia de lo que ha vivido hasta entonces es un leve gesto de vergüenza: baja momentáneamente la mirada.

 

Después de ser ultrajada, Emma pierde su voz para el espectador. Y es que el silencio supone una especie de castigo para las supervivientes de una violación. En La cabalgada de los malditos (Phil Karlson, 1967) las consecuencias se muestran a través del silencio. Al final de la Guerra Civil, unos soldados sureños escapan de una prisión y, en su huida, entran en una posada. Uno de ellos acorrala a una mujer (Emily) en una habitación. El marido de esta, el mayor Wolcott (Glenn Ford), acude rápidamente al ser informado de la presencia de los soldados del otro bando. El encuentro de la pareja se resuelve con un intercambio de primeros planos silentes. Las miradas y los gestos lo dicen todo. A continuación, Emily sale de la habitación y entra en el salón. Los primeros planos de la mujer se intercalan ahora con las miradas de los hombres y mujeres que ocupan el bar. Todos callados, avergonzados.

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Un silencio muy acentuado es el de Cora (Barbara Stanwyck) en El sargento Hook (Charles Marquis Warren, 1957), un film visualmente plano, pero con un desarrollo muy interesante. Cora es una mujer blanca que la caballería encuentra en un poblado Apache y que no parece dispuesta a hablar. Tiene un hijo (Quito), cuyo padre (Nanchez) es el jefe de la tribu, interpretado, curiosamente, por el mismo Rodolfo Acosta de Posse From Hell. El sargento Hook (Joel McCrea) conduce a Cora y Quito al fuerte más cercano. Allí, el coronel Adam, de manera un tanto intimidadora, lee en voz alta una lista de mujeres desaparecidas. Cora está sentada con su hijo en las rodillas y permanece en silencio. El coronel está de pie y se inclina hacia ella. La posición de los cuerpos denota la superioridad moral que siente el coronel. Cuando Cora escucha su nombre, reacciona levemente. Su mirada, en cambio, sigue perdida. Lo primero que le escucharemos decir, por fin a solas con su hijo, será su propio nombre al reconocerse en un espejo. Justo antes tiene lugar una breve pero significativa conversación entre el coronel y Ann, su esposa. Esta pregunta a su marido: “¿Tú qué harías si yo estuviera en su lugar?”. El coronel le responde: “Tú te habrías suicidado antes de que te pasara algo así”, a lo que Anne replica: “¿Tú crees?”. El sargento Hook pone sobre la mesa cómo los hombres pueden llegar a apropiarse de lo que, supuestamente, piensa o siente una mujer. La propia Cora lo explicitará más tarde, cuando intuya en el rostro de Hook el deseo de saber qué sentía ella cuando Nanchez le ponía la mano encima. Primero Hook recula: “Eso no es asunto mío”. Pero entonces Cora le dice: “todos los hombres que me miran lo convierten en asunto suyo”.

 

Cora precede a la Sarah de La noche de los gigantes (Robert Mulligan, 1968). Ambas fueron raptadas por los apaches y son madres del hijo de uno de ellos. Pero mientras Sarah (Eva Marie Saint) expresa un sentimiento de culpa (“no tuve el valor de morir”, “sabía lo que tenía que hacer para seguir con vida”), Cora no muestra arrepentimiento alguno. Se enfrenta, así, al rechazo de la sociedad, que no le perdona haberse sometido al indio y no haber abandonado a su hijo. El viaje que, acompañada por Hook, emprende para reencontrase con su marido, resultará, sin embargo, más reconfortante de lo esperado. Cora y el sargento comparten abiertamente sus traumas. Además, un joven llamado Jeff, que sube a la diligencia a medio camino, se muestra de lo más afable con Cora y su hijo, aún sabiendo –o tal vez por eso- el escándalo que han originado. Al final del viaje incluso le da las gracias a Cora y le asegura haber madurado durante el tiempo compartido. Jeff podría representar perfectamente el germen de una nueva masculinidad. Todo lo contrario que Fred, el marido de Cora, que no acepta al pequeño Quito. Pese a los esfuerzos que hace Cora por entender los sentimientos de su esposo, acabará perdiendo la paciencia cuando este le espete: “estaba dispuesto a perdonarte por lo del indio”.

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Pero ¿qué hay de la reintegración a la sociedad de Helen en Posse From Hell? Tras su intento de suicidio y después de hablar con Cole, Helen es acomodada en una camilla para regresar a Paradise. La joven confiesa a su tío que no quiere volver, “ahora no, quizá nunca”. Pasará más de media hora de película para reencontrarnos con ellos. Persiguiendo a dos de los forajidos -que se dirigen de nuevo a Paradise-, Cole y Kern (a Johnny lo matan justo antes) encuentran una cabaña y, para su sorpresa, a Helen y su tío dentro. Helen no quiere que todo el mundo hable de ella ni que la compadezcan. Es más, invita a Cole a observarla mientras se baña, ya que ahora, asegura, "tendré que vivir de los hombres" y "debo aprender a atraerlos". "¿Qué otra cosa puede hacer una mujer después de haber sido ultrajada y mancillada por cuatro bestias?”, se pregunta. Cole vuelve a responderle que no lo sabe, pero que tiene que aprender a vivir con el trauma. Después de un enfrentamiento con los forajidos, en el que Helen mata a uno de sus agresores, Cole cae herido. Ya en Paradise, pasa 28 horas inconsciente, tiempo durante el cual Helen permanece a su lado, cuidándolo. Cuando por fin despierta, Cole se interesa por cómo el pueblo la ha recibido finalmente: ¿Han sido tan poco comprensivos como esperabas?”. Helen responde con sorprendente serenidad: “Peor. Incluso las mujeres. Pero lo sobrellevaré”.

 

Frente a todas las mujeres del western muertas después de ser agredidas sexualmente o, como en el caso de Sarah en La noche de los gigantes, excluidas y desamparadas, Helen acaba transmitiendo un mensaje de superación que pasa tanto por romper el silencio como por rechazar el sentimiento de vergüenza. Otras supervivientes del western clásico son capaces de superar el trauma o la exclusión pero, ¡ay!, casi siempre dependen de un hombre. En Cometieron dos errores (Ted Post, 1968), Raquel acude regularmente a la cárcel con el deseo de encontrar a alguno de los dos hombres que la violaron “una y otra vez” delante del cadáver de su marido. Está dispuesta a miralos a la cara. También es capaz de verbalizar su dramática historia. Pero cuando Jed (Clint Eastwood) le pregunta qué hará cuándo encuentre a sus violadores y qué pasará si no los encuentra nunca, ella no sabe qué responder. Raquel y Jed pasan esa noche juntos, y al día siguiente ella le dice que, por fin, se ve capaz de seguir adelante. Tanto Raquel, como Sarah o, en menor medida, Cora deben abrazar el amor romántico para reintegrarse en el tejido social. Por muy bien intencionados que sean, estos finales felices reafirman la vergüenza y el aislamiento de los personajes femeninos. Y en esto, Posse From Hell se erige como una rara y loable excepción.

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Los cuidados de Helen al malherido Cole no son los de una mujer súbitamente enamorada. Cuando Cole la encontró en mitad del camino, humillada y rota por dentro, la escuchó como a una igual, sin niguna condescendencia o paternalismo. Ahora ella le corresponde, en una relación de igualdad y apoyo mútuo. Con Cole ya reincorporado -aunque con el brazo derecho (el de disparar) en cabestrillo-, ambos se dirigen al cementerio, donde tiene lugar la emocionante escena final. Cole contempla las tumbas de los dos amigos que ha perdido. El perro del sheriff custodia la de su amo, adornada con una lápida llena de flores. La de Johnny no tiene más que una sencilla cruz de madera con su nombre. El paraíso no es perfecto. Cole coge un ramillete de la tumba del marshall y la pone en la de Johnny. Posse From Hell se centra en el proceso de cura y restitución. Helen duda de la bondad de sus paisanos. Cole, por su parte, todavía intentando superar su pasado como pistolero, duda si aceptar el puesto de sheriff y quedarse en Paradise o no. El propio perro del sheriff atraviesa su duelo particular. 

 

En el cementerio, los personajes están simbólicamente ante lo que han perdido o dejado atrás. Con el estigma o el dolor de su ausencia, se disponen a seguir adelante. Nunca volveremos a ser los mismos, pero podemos enfrentarnos al duelo por las cosas que no tienen restitución posible. El perro acude a la llamada de Cole y sale con ellos del cementerio, pero ningún contacto físico o mirada romántica entre Helen y Cole certifica el nacimiento de una nueva familia. El final abierto mantiene el foco sobre la necesidad de compartir el dolor y apoyarse mutuamente. En no guardar más silencio y en ahuyentar una vergüenza que debe cambiar de lado radica el cambio de paradigma.

© Xavi Romero, enero 2025

[1] Existe una edición española en DVD con el título de Justicieros del infierno. Conseguí una copia en la imprescindible tienda Setanta-nou de Barcelona.

[2] Es interesante que el personaje que interpreta Audie Murphy sea el único que escucha y empatiza con la mujer que ha sufrido la violación, ya que en la vida real Murphy sufrió estrés postraumático, después de la Segunda GM, y ayudó a veteranos de Corea y Vietnam por el mismo motivo.

[3] Como señala Henry N. Smith en su estudio The Virgin Land: The American West as Symbol and Myth, la metáfora de la tierra (y la propiedad) como una mujer casta que hay que poseer actúa como una poderosa convención literaria, expresando la naturaleza del oeste en los escritos del siglo XIX. Referencia encontrada en el libro Women in the Western (editado por Sue Matheson), Edinburgh University Press (2020).

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