“For a while I got to be somebody different, but now I'm just me again”, dice Maddy al despedirse de James (Demons, 2x6) antes de ser asesinada en la serie Twin Peaks (ABC, 1990-1991). El personaje es consciente de su semejanza con Laura Palmer, cuyo misterioso asesinato es la excusa para desplegar un universo oscuro que se corporiza en la pequeña ciudad montañosa, territorio donde una realidad paralela subyace a las subtramas culebronescas que se trazan entre sus habitantes. Todos los personajes tienen un secreto y evocan relaciones, gestos y estéticas remitentes al cine clásico así como a sus momentos de fractura dramática. Tras ellos, un limbo oscuro interfiere en sus vidas, quebrando la aparente tranquilidad.
David Lynch sabe que la mejor manera de que oigamos un trueno es desde el silencio. El crimen que se intenta resolver reverbera hasta el último episodio pero este bucle palpita en la muerte de Maddy a manos de Leland Palmer en el séptimo episodio de la segunda temporada (Lonely Souls , 2X7). En realidad, el asesino de Laura y de su prima no existe concretamente. Es una entidad llamada Bob que posee a Leland, actuando como un parásito y nutriéndose de los impulsos incestuosos de su huésped. Bob cataliza el instinto de destrucción que sobrevuela el lugar y se oculta, gozoso, tras cada intriga y deseo prohibido, sin dejar de excluir los de la propia audiencia.
No podemos escapar al inicio de Twin Peaks, con el cuerpo de una muerta ante el cual nos vemos interpelados: desde el plástico que cubre el rostro de la joven en el primer episodio, nos persigue la intriga de quién lo hizo y cómo lo hizo pero nunca lo llegamos a ver. Hasta que muere Maddy. Sólo entonces Bob satisface nuestra curiosidad.
La escena del segundo crimen de Bob/Leland se forja desde el sonido de un disco que gira, abandonado en el tocadiscos, evocando la circularidad de lo que presenciaremos, la repetición de un crimen. Mientras, el agente Cooper asiste a una aparición en el bar del pueblo. “It is happening again”, le advierte el gigante desde el escenario.
Twin Peaks, “Lonely souls”, temporada 2, episodio 7
Podemos trazar un paralelismo entre esta aparición y la que tiene Nastagio degli Onesti en uno de los relatos que conforman El Decamerón (1351) de Giovanni Boccaccio. En él, después de ser rechazado por su amada, el protagonista tiene una visión espectral mientras pasea desconsolado por el bosque: un caballero persigue a una dama desnuda, le da alcance, le arranca el corazón y se lo da a los perros de presa que lo acompañan. Ella en vida le desdeñó y él se suicidó. El castigo de ambos consiste en ser cazador y presa una y otra vez. En el cuento, la reacción de Nastagio, como espectador de este crimen espectral, es descrita así:
“Esta visión a un tiempo maravilla y espanto en él produjo, y asimismo compasión de aquella desventurada mujer, de la cual compasión en él nació deseo de liberarla de tal angustia y muerte, si posible le fuese. “ [1]
El impacto de la visión evoca el asombro y pánico tanto del agente Cooper como del espectador de Twin Peaks, cuya mirada ha acompañado la del detective intentado resolver el asesinato y que, ahora, queda cautiva. Esto era lo que queríamos: identificar al asesino. Lynch va más allá, nos ofrece el gesto de la víctima y figura la fuerza destructiva que subyace en su muerte, de la que somos cómplices como audiencia televisiva. Si en el relato prerrenacentista el espectro repetitivo se aparece ante el desamor de Nastagio, en el relato televisivo este responde a tensiones generadas en la audiencia.
Visualmente no podemos evitar remitirnos a los cuadros en los que Sandro Botticelli representó escenas del relato de Boccaccio (Escenas de La historia de Nastagio degli Onesti, 1483). ¿Acaso no vemos que Laura Palmer es la que corre entre los árboles? Si nos fijamos en la representación del cuerpo de la doncella, reconoceremos la suspensión y el ralentizamiento del cuerpo de Maddy mientras es zarandeada por Bob.
Escenas de La historia de Nastagio degli Onesti, Escena 1 y 3, Sandro Botticelli, 1483. (Detalles)
Twin Peaks, “Lonely souls”, temporada 2, episodio 7
Tanto en el primer como en el tercer cuadro de Botticelli, la brisa encrespa la túnica que cubre a la dama. Su cuerpo queda suspendido, su equilibrio está indefinido: no sabemos si corre o intenta volar, aferrándose al aire mientras trata de zafarse de los perros que la atenazan. El movimiento imposible que se insinúa nos habla del sentido del vacío que sucede a la acción: no hay un sentimiento definido, vemos un estado de ánimo, una aspiración a poder escapar que choca irremediablemente con la imposibilidad de hacerlo. Bajo el yugo del castigo infernal, sólo hayamos la certeza del futuro que se repite, la muerte para siempre tras ella, y la nostalgia del pasado, del tiempo de la vida, un tiempo que ya no es. El presente es sólo un entreacto que antecede a la repetición. Ante ella, un banquete que contempla contrariado la escena en el tercer cuadro de la serie. Podemos identificarnos con sus comensales mientras contemplamos el asesinato de Maddy.
Escenas de La historia de Nastagio degli Onesti, Escena 3, Sandro Botticelli, 1483. (Detalle)
La imagen del forcejeo y los gritos ralentizados trasladan a los personajes al mismo trance y suspensión que observamos en la figura de la obra de Botticelli. Esta distorsión sitúa a los personajes en ese estado espacial y temporal estancado que evoca los gestos de un acto que sucedió pero que no hemos visto, en contraposición a los del cuadro que nunca ocurrieron en el mundo de los vivos. Leland sacude a Maddy pero cuando la imagen cambia de velocidad, Bob le suplanta. Entre los fotogramas que se suceden con la velocidad distorsionada, el cuerpo que vemos no es ya el de Maddy, sino el de Laura. La única manera de volver a ella es mediante el rapto melancólico que supone reproducir espectralmente su crimen, proporcionando una catarsis al espectador. Porque para expulsar un recuerdo perturbador que nunca se ha tenido se ha de figurar. Si la muerte de Laura Palmer ha roto la tranquilidad del pueblo y nuestro equilibrio, al ser un enigma que nos carcome, la paz es sólo posible si se visibiliza. Al reproducirse sobre el cuerpo de otro personaje, como respuesta al deseo de la audiencia, nuestra mirada se convierte en cómplice de los golpes de Bob. Después sólo nos queda mirar al escenario con el agente Cooper y susurrar al ritmo de Julee Cruise: “Come back this way. Come back and stay forever”.
© Mariana Freijomil, septiembre 2016
[1] BOCCACCIO, Giovanni. Decameron. Editorial Planeta. Barcelona. 1992. pp.307