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Entre la punta de los dedos y el rabillo del ojo. Notas sueltas sobre el cine de Stacey Steers.



Una mujer cose en la penumbra de una casa. La tenue luz de una vela la ilumina. Las polillas se arremolinan mientras la joven se acuesta extenuada. Todo parece tranquilo pero en sus sueños el hogar se transforma en un lugar amenazado, invadido por gusanos. Tras un fundido en negro vemos a la joven acariciada por una pluma, durmiendo frágil sobre una mano gigante. Los primeros minutos de Night Hunter (2011) de Stacey Steers fascinan e hipnotizan desde la extrañeza de la lógica del sueño. También señalan un tema central en su cine: el universo femenino como un espacio fraguado en la oscuridad, entre la pulsión y el deseo de una libertad que sus protagonistas alcanzarán. Pero lo que más me interesa es cómo este tema emerge y dialoga con el proceso creativo de sus últimas tres películas hasta la fecha: Phantom Canyon (2010), Night Hunter (2011) y Edge of Alchemy (2017), todas ellas realizadas íntegramente con collage.


Estas películas están protagonizadas por figuras femeninas. Las tres limitadas por espacios que las perturban: las camas de Phantom Canyon son el escenario de un estado de opresión, al multiplicarse y emerger como una torre carcelaria; la casa de Night Hunter evoca el encierro del trabajo doméstico; el planeta yermo de Edge of Alchemy es un paisaje donde la vida no echa raíces a pesar de los esfuerzos de la científica protagonista. Las heroínas de Steers logran sobreponerse a estos entornos hostiles mediante tareas que implican trabajo manual, la materialidad y el tacto. La primera imagen de Phantom Canyon son unas manos que se tocan y su protagonista usa reiteradamente tijeras para vencer obstáculos; Night Hunter está poblada de imágenes relacionadas con la costura y los cuidados, así como de manos que mecen a la ama de casa en sus sueños; la científica de Edge of Alchemy crea una criatura frankensteiniana con retazos de elementos de la naturaleza. Steers sitúa a sus mujeres ante límites que las inmovilizan, pero las dota de armas que les permite transgredirlos; armas que evocan el cortar y pegar del collage, con el que construye sus films. Como si la respuesta ante una opresión silenciosa fuera un gesto capaz de quebrarla, poniéndola patas arriba.



Es aquí cuando pienso en mi propio trabajo al escribir o crear imágenes, en lo que conseguimos al montarlas, muchas veces obedeciendo una vibración que nos punza entre la punta de los dedos y el rabillo de los ojos. El poder revolucionario del collage no está en su cuestionamiento de la autonomía de la producción artística, ni en su filiación con el mundo cotidiano, los productos de consumo y la cultura popular. Su auténtica fuerza nace de su propia forma: una amalgama de contenidos fragmentarios que muta en un proceso crítico capaz de cuestionar y politizar todo lo que toca. El collage es una forma de montaje que nos permite poner a dialogar en el mismo plano imágenes, al margen de su procedencia y función originarias; al hacerlo, retamos al espectador: le obligamos a reconocer y pensar las razones de la elección de los elementos extraídos y a apreciar la significación de su nueva yuxtaposición. Todo montaje implica la idea de encuentro, pero no solo entre las imágenes que usamos, sino también con la audiencia que contempla el resultado final.



En este juego fluido entre nosotros y los mundos creados por Stacey Steers se reflejan problemáticas de género palpables desde el nacimiento del cine. Los personajes de Phantom Canyon son extraídos del estudio Human and Animal Locomotion (1887) de Eadward Muybridge. La apropiación de Steers rompe los roles de género de la época victoriana y da vida al erotismo evocado en los álbumes fotográficos. Al elegir como protagonistas los rostros de estrellas del cine mudo, como Lilian Gish en Night Hunter o Mary Pickford y Jane Gaynor en Edge of Alchemy, se establece una dialéctica con la historia del cine, en concreto con cómo la industria ha asentado narrativas en torno a la feminidad. Los gestos e imágenes de estas actrices se transforman en un leu de mémoireal que regresamos, pero para revisarlos con otra mirada. La apropiación de la directora sugiere una reflexión sobre los mecanismos que explican la pervivencia de ciertas imágenes y al mismo tiempo erige un acto reivindicativo: otorga a estas intérpretes la oportunidad de quebrar los condicionantes que padecieron al someterse a la maquinaria industrial de Hollywood. Ya no son ángeles del hogar, mujeres redimidas por el amor o buenas chicas de principios del siglo XX. Son mujeres que se liberan de hogares asfixiantes, científicas librepensadoras y creadoras autónomas. Las películas de Stacey Steers construyen universos que exploran nuestra memoria del cine y su vínculo con la identidad colectiva, mediante una dialéctica orgánica de las imágenes. Y es en ese cortar y ensamblar, fotograma a fotograma, donde nos situamos en el lugar preciso: donde imaginamos y soñamos, donde transgredimos lo que nos han impuesto. Porque es posible trascender las imágenes que oprimen, remontando otro mundo.


© Mariana Freijomil, agosto 2021

Nota: las películas de Stacey Steers se proyectan gratuitamente en el ciclo Pantalla Interior del CCCB hasta el 29 de agosto.


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