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Vivir para gozar (1938):

regreso al cuarto de juegos 

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“(…) la opresión, a partir de un cierto grado de intensidad, genera no una tendencia a la rebelión, sino una tendencia casi irresistible a la más completa sumisión” 

Simone Weil, 1951 [1]

En un mundo donde el trabajo parece invadir todos los aspectos de nuestras vidas, Vivir para gozar (1938) de George Cukor emerge como una sorprendente reflexión sobre el sentido del tiempo libre. Bajo su apariencia clásica de remarriage comedy, despliega interrogantes sobre el uso del tiempo de ocio que resuenan en nuestra relación con el trabajo en el contexto actual. 

 

La historia sigue a Johnny, un hombre hecho a sí mismo, que durante las primeras vacaciones de su vida conoce a Julia Seton. Ambos se enamoran rápidamente y deciden casarse cuanto antes. Sin embargo, cuando Johnny conoce a la familia de Julia, descubre que es una de las más ricas e influyentes del país. Se presentará ante su futuro suegro, el banquero Edward Seton, y los dos hermanos de Julia: Linda, la hermana mayor, considerada la "oveja negra" de la familia, y Ned Jr., el hermano menor, que lucha contra la presión familiar y el alcoholismo. 

 

Aunque Johnny se gana la simpatía de todos con su actitud decidida y espontánea (se despide de sus amigos dando una voltereta en el aire), tiene un plan que solo comparte con su cuñada antes de enfrentarse al severo juicio de su futuro suegro: quiere retirarse tras ganar su primera suma importante en el mundo de las finanzas, dejarlo todo para “volver a trabajar cuando sepa para qué lo hago”. Este es el verdadero conflicto de la historia, mientras que el romance posterior con Linda solo sirve como hilo conductor.

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Vivir para Gozar se basa en la obra de teatro Holiday (1928) de Philip Barry, también autor de Historias de Filadelfia, que Cukor llevará al cine en 1940. Originalmente la obra teatral se estrenó antes del Crack del 29 y retrataba un contexto desenfadado, en el que los personajes operaban en la bolsa despreocupadamente. La adaptación del film de Cukor traslada la historia  a finales de los años treinta, con una realidad mucho más sombría [2]. Estamos no solo a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, sino también en una Norteamérica que había remontado la Gran Depresión gracias al New Deal. Durante el mandato de Roosevelt la política económica fue intervencionista y reguló la acumulación de capital. En el film se apunta una crítica cuando uno de los amigos de los Seton se queja de que sus ganancias en la bolsa se doblarían más rápido con otro gobierno. Este contexto económico, que puede reverberar en el nuestro, señala que el eje central de la trama tiene implicaciones políticas y sociales. El plan de Johnny se opone a ese culto a la riqueza y a las influencias que impera en la familia Seton: “te entusiasmarás, hacer dinero es la mayor emoción del mundo”, dice su prometida. La actitud del personaje divide a la familia: genera desconfianza y rechazo en su prometida y en su futuro suegro, quien calificará la idea de “antiamericana”, pero también entusiasmo y esperanza en sus cuñados, que lo animarán a mantenerse firme.

 

Detrás del humor y el romance, la película plantea una pregunta que también nos hacemos hoy: ¿para qué trabajamos? Este interrogante vulnera la forma y estructuración capitalista del trabajo, en tanto que cuestiona la relación entre tiempo y actividad laboral. Lo que el protagonista propone cuestiona la centralidad del trabajo en la vida y articula su abolición. Reconquista la soberanía del tiempo vital: porque en el capitalismo el trabajo conlleva la venta de una parte considerable de nuestro tiempo a terceros (ya sean personas u organizaciones privadas o públicas), que pasan a tener un gran control sobre nosotros. En este caso, negarse a ceder el tiempo a un tercero significa no someterse a intereses de otros; significa reapropiarse de ese tiempo y usarlo para accionar desde el propio deseo. En este conflicto resuena el pensamiento actual en torno al postrabajo, que parte de la premisa de que el trabajo nos condiciona porque está en juego nuestra subsistencia y propone elaborar visiones del mundo alternativas que eliminen su dominancia. 

Pero, como apuntan Helen Hester y Nick Srnicek en Después del trabajo, la reconquista del uso de nuestro tiempo no se produce fuera de un tejido social; significa que lo que debemos hacer y cómo hacerlo se ha de poder reconsiderar, porque las normas sociales (nuestro encuentro con los otros y el seguimiento de convenciones) también son fuerzas de dominación. En su ensayo apuntan que la disidencia individual ha de tener vías de generar nuevas formas colectivas, no solo de trabajar sino también de relacionarse [3]. Vivir para gozar sintomatiza que la imposición de la acumulación de capital como principio vital impide imaginar cualquier otra alternativa. Porque para imaginar necesitamos tiempo y espacio fuera del trabajo. 

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El film de Cukor escenifica la dimensión individual y colectiva del ejercicio de la soberanía temporal en la fiesta de compromiso de Johnny y Julia. El evento transcurre entre invitados distinguidos que invaden la mansión, presentaciones de contactos interesantes y el seguimiento de una etiqueta estricta. Mientras tanto, Linda se refugia en la habitación de juegos que compartía con sus hermanos cuando era niña, en la que aún se guardan sus juguetes favoritos y los restos de aficiones que, en algún momento, pensaron que serían su futuro. Es un espacio íntimo que contrasta con el resto de la casa. Está vinculado al recuerdo de la madre fallecida, a los cuidados que recibieron los tres hermanos. Es un lugar donde basta con ser uno mismo. Mientras la fiesta es capturada con planos generales que inciden en la interacción de los visitantes, la habitación de juegos se introduce con un primer plano de Linda mirando absorta un carrusel de juguete. Mediante el detallismo y la alternancia de planos generales, planos medios y primeros planos, el director diferencia dos espacios regidos por dos tiempos muy diferentes: el tiempo del ejercicio del capital social y el tiempo íntimo de la memoria y el juego. 

 

Linda, su hermano Ned, Johnny y algunos amigos organizarán una reunión aparte, al margen de la etiqueta que impera en el resto de la casa. Será entonces cuando Johnny y Linda vuelen en el aire en un número acrobático improvisado. Este instante no solo anticipa su romance, es un gesto subversivo que sugiere la posibilidad de articular la interacción social por puro disfrute, en vez de por interés u obligación. Tras esta pirueta, Johnny explicará su plan a Julia y a su padre, que le cuestionarán. “No nos dejan divertirnos, ni nos dan tiempo para pensar”, dirá el protagonista a Linda tras discutir con el cabeza de familia, al que ella le espetará, furiosa: “acabaré por enfermar”. 

 

Estas líneas de los personajes resuenan con nuestra contemporaneidad, con nuestros cuerpos y atención agotados, con nuestra cada vez menor capacidad de convertir privilegios en rebeldía. Porque, efectivamente, a nosotros también nos han quitado el tiempo y vamos a enfermar, porque es cada vez más difícil salirse de la vorágine productiva, porque cuando logramos hacer una pirueta, el horizonte se ha desdibujado; solo vemos el scroll de la lista de tareas que nos esperan a la vuelta de las vacaciones. Quizás necesitamos volver a un espacio interior primigenio, como el cuarto de juegos de Linda, donde podamos hacer acrobacias desde un lugar auténtico, un lugar donde podamos simplemente ser.

© Mariana Freijomil , septiembre 2024

 

[1] Weil, S. (2023). La condición obrera. Madrid: Editorial Trotta, p. 170 

[2] Mc Gilligan, (1991) P. George Cukor, una doble vida. Madrid: T&B Editores, pp.155-157

[3] Hester, H y Srnicek, N (2024) Después del trabajo. Una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre. Buenos Aires: Caja Negra Editora, pp.246-247

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